EDITORIAL
Un mundo con más aceitunas
Cuando era muy pibe encontré dentro del desordenado placard de mis hermanos unas pilas de revistas.
La mayoría no las entendía, eran Fierro o Humor y mi intelecto de 7 u 8 años estaba lejos de eso.
Alguna Mafalda, por ahí, me sonsacaba alguna sonrisa.
El Eternauta... lo leí, pero me daba miedo.
Lo que realmente hizo que me sentara a leer bajo la lamparita de mi descascarado cuarto juvenil fue un tomo pegado con cinta scotch completamente marrón por el paso del tiempo que simplemente tenía como título Clemente / 4 y en la portada mostraba a un equipo de fútbol compuesto por Clementes -arquero con boina, DT con buzo y preparador físico incluido, muy de otra época todo-.
Ahí me di cuenta que ese personaje que había visto por la tele unos años antes -recordar el "burumbumbún burumbunbún yo soy el hincha de Camerún" era mi pasatiempo infantil por entonces- era una creación de un tal Caloi, que ese bicho sin manos era fan de las aceitunas, como lo soy yo, que tenía un amigo que se llamaba Bartolo y una novia tanguera llamada Mimí.
¿Y la Mulatona que salía en el diario Clarín que leía mi abuela? Esa había venido después.
Pero yo estaba arrancando la historia de antes y esa misma noche corrí a "apretar" a mis hermanos para que me entreguen más tomos de Clemente.
Los ordené -creo que eran como 9 ó 10 y faltaban solamente 2 - y me puse a leerlo del primero al último.
Y lo hice muchas veces durante los años posteriores.
El Clemente de Clemente / 1 andaba en un tranvía y parecía un pato deforme.
Con el tiempo desaparecieron Bartolo y Mimí, Clemente se fue estilizando a lo que es hoy, contemplé el nacimiento de Jacinto -su hijo, que nació de una aceituna- y conocí al Payador, al tanguero, al Clementosaurio...
Comencé a recortar las tiras que salían en el diario y pegarlas en hojas de carpeta para hacer mis propios tomos: mi abuela me las mandaba a casa por intermedio de mi vieja, en un celofán y prolijamente enganchadas por un clip.
Con los años indagué más: mi hermano tenía otro tomo escondido, un tanto más osado, que se llamaba Caloi, Clemente y el Psicoanálisis y tenía cosas, por decirles de alguna manera, "porno soft" -alguna teta perdida por ahí, seamos realistas-.
Y así descubrí, antes de los 12 ó 13 años, que Caloi era más que Clemente.
Compré un par de libros de viñetas, algún que otro tomo en alguna Feria del Libro o Fantabaires y de golpe y porrazo comencé a seguirlo en Caloi en su Tinta por el viejo ATC.
Cita obligada de los sábados, luz apagada y rayos catódicos directo a la cara, contemplé en ese programa de culto de la televisión algunas animaciones inolvidables como los Enemigos, de Bill Plympton, o un corto llamado La Huella del francés Jacques Armand Cardon que me dejó boquiabierto y me enseñó que no todo lo que reluce es oro ni el mundo es color de rosas.
Caloi también tuvo el coraje de pasar en su ciclo la película de animé Akira, enterita y ahí sí... caí.
El mundo comenzó a explotar para mí.
A los 18 era normal cenar los sábados viendo a Caloi, luego hacerme una seguidilla de X Files y Millenium, ducha rápida y rajar a toma unas cervezas y trasnochar con mis amigos.
Fue un hábito del cual muchos se burlaban por entonces "no, amigo, antes de las 12 de la noche no me junto”.
O incluso el que más polémica generaba: “no, hoy no hay fútbol para mí, tiene que ser antes de las 8 de la noche".
Pero no me arrepiento.
Ese tipo me mostró muchas cosas nuevas.
Me enseñó desde su pluma entintada, desde sus palabras y desde lo que exponía al público, cosas que no entendí quizás hasta mucho tiempo después.
El valor de una buena historia contada en imágenes, el mensaje de "los dibujitos". La narración y el guión desde otros ángulos.
Después mi camino siguió, ya sin su mano como guía, pero usualmente volvía, como uno vuelve a ese tipo que lo aconseja para saber cómo seguir.
No lo lloramos ni lo recordamos tristes.
Él está, Clemente lo sabe. Todos lo sabemos. No se fue.
Es su obra y su enseñanza.
Brindemos hoy por un mundo con más aceitunas y menos hijos de puta.
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Nota del autor:
Esta columna fue publicada como editorial en el número 12 del magazine Shinobi News, con fecha junio de 2012, a propósito de la muerte de Caloi el 8 de mayo del mismo año.
El portal que dio origen al magazine continúa activo, se puede acceder desde este link: http://shinobinews.com/