COVID-19 y memes

La invasión llegó - Restaurar Sistema

HUMOR EN TIEMPOS DE PANDEMIA
COVID-19 Y MEMES

Símbolo de una época, humor simple o resistencia a la autoridad. Nuevo código lingüístico basado en la inmediatez, cargado de metalenguaje y de reenvíos (o no) a la cultura popular. Forma de comunicación para pocos y a la vez para muchos. Los llamados “memes” podrían englobarse dentro de alguno de estos aspectos. Esta idea será el punto de partida del presente análisis.  

No obstante, para poder justificar los temas que nos proponemos analizar, es pertinente en primera instancia realizar un recorrido previo por la génesis de este tipo de humor y, asimismo, añadir unas breves consideraciones que serán oportunas para encauzarlo en el contexto de la actual pandemia de COVID-19. 

Un punto de partida 

Si bien el término parece provenir de memez (que significa “tontería” o “simpleza”), este tipo de humor distaría de ser algo simple, ya que con precaria irreverencia nos estaría gritando en el rostro una verdad sobre algo que podría llegar a ser tan importante como las decisiones de Donald Trump y Vladimir Putin o bien el simple resultado de un encuentro de fútbol. 

En este contexto, el meme habría llegado a ubicarse, en cierta medida, como un elemento subversivo, de resistencia simbólica (mediante la vía del humor y la ironía) a ciertos lugares comunes de una sociedad mediatizada y en estado de urgencia permanente. O quizás, en todo caso, mitiga esa resistencia en formato “vía de escape”. 

El término tiene su origen en el concepto concebido por el zoólogo y científico R. Dawkins en su libro El Gen Egoísta, donde expone la hipótesis memética de la transmisión cultural. Según este autor, el meme es la unidad mínima de información que se puede transmitir. Así, para Dawkins, los memes conforman la base mental de nuestra cultura, como los genes conforman la primera base de nuestra vida.  

Asimismo, el mayor impulso para el fenómeno de los memes se encuentra dentro de las ya conocidas y analizadas redes sociales. Su propia naturaleza, basada en la premisa de compartir información, ha contribuido a la difusión de esta nueva forma de expresión, que tiene como mayor obstáculo el desafío de ser irreverente a cualquier tipo de patrimonio cultural, nacional o de copyright. Sucede que, para que la comunicación pueda ocurrir, para que en verdad pueda hablarse de una puesta en común de sentidos, es necesario que existan códigos compartidos. 

Según describe M. Maffesoli, dichos códigos comunes permiten hablar de la existencia de comunidades de sentido, en torno a las que se construyen referentes que operan como unidades culturales que permiten la articulación de un conjunto particular de actos comunicativos y que, además, pueden proveer de sentidos identitarios. Y en líneas generales, el humor es algo que, sobre todo en momentos de incertidumbre, debería estar muy contextualizado y bien hilvanado, porque podría herir sensibilidades. Esto es muy habitual en redes sociales, pero, en momentos de gran tensión sanitaria como el actual, cobra mayor importancia. 

Virus y viralización 

En tiempos de Coronavirus, nos preguntamos cómo sería vivir esta pandemia respetando la “cuarentena” sin las herramientas modernas de comunicación, anulando la posibilidad de tener contacto con nuestros seres queridos por videoconferencia o perdiendo esa relación que podemos mantener vía redes sociales. Difícil ejercicio es el de repensar una sociedad actual sin estas tecnologías.  

Hoy en día, se nos hace imposible repasar la pandemia de gripe de 1918-1919, que dejó entre 20 y 40 millones de muertos en todo el mundo (12.300 en Argentina) o la gran epidemia de fiebre amarilla de 1871, sin la compañía del resto a través de nuestros dispositivos tecnológicos durante el encierro forzoso. En esa comunicación cotidiana, el intercambio de memes parecería crecer conforme aumenta el tiempo de ocio en aislamiento. 

Sin lugar a dudas, desde un punto de vista semiológico, el meme, este fenómeno surgido al interior de la red, conforma un nuevo tipo de intercambio de mensajes que gana cada día más lugar en el veloz mundo de la comunicación actual. 

En su corto período de existencia ya se ha ido transformando y recreando, sobreviviendo a las diferentes redes sociales y de comunicación, trasponiéndose de una a otra con envidiable “camaleonidad”. 

No obstante, no indagaremos sobre cuestiones profundas de raigambre filosófica, más que para contextualizar ciertas definiciones, ni nos enfocaremos en los mecanismos de producción (la contundente simpleza discursiva, acompañada de un metamensaje cuasi-punk, que reenvía directamente a la estética fanzine de los ’80, el Do it Yourself llevado al “cortar-pegar” en Paint, desprolijo y precario, pero pasional y cargado de simbolismo). 

Basta resaltar que el meme se compone generalmente a partir de una imagen de mala calidad, trabajada con poco criterio de estética y diseño: dibujos con líneas torpes, fotos pixeladas, mal recortadas, tipografías duras, ideas errantes en distribución gratuita, reproducidas, compartidas, copiadas y pegadas de una red a otra a velocidad acelerada, accesible para cualquiera que tenga conexión y un dispositivo. La paradoja de esta baja calidad es que la imagen pobre del meme tiende a la abstracción, lo que le da su popularidad.

Asimismo, otra de las capacidades innatas del meme es la de la adaptación. Al ser simplemente apostillas, aprovechan que la risa y el humor expresados en una foto pueden traspasar barreras culturales e idiomáticas, convirtiéndose en un vehículo que se adapta y transforma para perdurar en la mente de las personas.

Humor en tiempos de catástrofe mundial: ¿es correcto? 

Reír ante lo que nos aterra es completamente eficaz. Escribía Freud en El Chiste y su Relación con el Inconsciente que el humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo”. Al parecer, esta sería una de las razones por las que recurrimos a él ante los eventos más trágicos, casi buscando la supervivencia. 

En este sentido, el meme es una marca de género y estilo en diversos momentos de Internet y, sin lugar a dudas, conforma una nueva modalidad para generar comunión entre quienes utilizan las redes sociales cuando surgen algunos hechos que conmocionan a las sociedades. 

Asimismo, los límites del humor en relación con la tragedia son casi invisibles: al ritmo de la expansión mundial del COVID-19, los memes se multiplicaron vía WhatsApp o se compartieron en redes sociales (siendo Facebook, Twitter, Instagram y TikTok las favoritas, según rango etario), al tiempo que crecían la preocupación y ansiedad en la población (en este contexto, para muchos, el aislamiento no pareciera colaborar).  

En ese contexto, refugiarse en transmisiones en vivo por Internet de músicos, humoristas, conductores televisivos o cualquier personaje que nos pueda distraer de la monotonía del aislamiento sería un bálsamo mientras discurre el tiempo en lenta agonía. No obstante, no somos todos iguales. A nivel socio-psicológico, no existiría la misma predisposición frente a este tipo de sucesos, por una simple causa: somos seres humanos, en nuestras similitudes y diferencias. 

Aquí es cuando para muchos individuos el humor haría su aparición disruptiva, incluso en el contexto de una pandemia global que no pareciera ser una fuente probable de humor. Sin embargo, en la era de Internet todo es plausible de convertirse en meme. Inclusive la muerte. 

Desde finales del año pasado, cuando se conocieron en China los primeros contagios, las bromas, las imágenes retocadas y los juegos de palabras sobre el Coronavirus se han esparcido por la Web más rápido que el virus en sí mismo. Y, aunque parezca paradójico, no es extraño que, en medio de una crisis preocupante, este sea un mecanismo recurrente. 

Allá por noviembre de 2001, año que dejó marcado a fuego el imaginario argentino, el gran Roberto Fontanarrosa decía, durante una entrevista con el diario El País de España, que “los momentos de crisis y los países en crisis son muy ricos para el humor”.

Este recurso al humor como arma contra nuestros temores y, por otro lado, para tomar distancia de ellos, tendría su origen, justamente, en nuestros propios miedos. Según el filósofo J. Morreall en su libro Comic Relief, el humor se basa en gran medida en la desconexión emocional, un mecanismo psicológico que nos ayuda a tomar distancia para reírnos y que nos ayuda a ver las cosas con una perspectiva diferente y, por lo general, enriquecedora. 

Reírnos de un meme circulante no sería solamente la acción de reír. Implicaría, a su vez, una reacción emocional compleja, liberadora de tensión, relajante, pero contradictoria al poner en relieve que el Coronavirus realmente nos preocupa y nos ocupa: aunque nos estemos riendo de él, nos estaría cambiando la forma de vivir para siempre. Así, las bromas serían una forma de triunfar temporalmente y reprimir el miedo. Angustia y risa en dosis similares. 

Según el doctor en neurociencia S. Weems, autor del libro ¡Ja! La Ciencia de Cuándo Reímos y Por Q, el humor es por naturaleza confrontacional y se nutre del conflicto entre querer reírnos y no estar seguros de que debemos.

Desde ya, el humor siempre es necesario y, por lo tanto, no es incorrecto reírse en situaciones de desgracia, ya que este modus operandi conformaría un modo de escape, en cierta forma, psicológico.  

En el fondo, el humor no se trata de agredir a nadie, sino de operar como liberación y, en su sentido más transgresor, tan sólo quiere provocar incomodidad. 

“Añadir participante al grupo 

Las redes sociales nos permiten interactuar con otros usuarios a partir de conformaciones virtuales de nosotros mismos. Por otra parte, suele pensárselas como reductoras de distanciamiento social: nos brindarían también esa sensación de tender lazos cercanos con personas que quizás hace tiempo que no vemos “físicamente”.  

Pensada de esa manera, la idea de “encierro” o “cuarentena” para estos nuevos cuerpos atravesados por las redes sociales no se sufriría como tal, ya que lo virtual excedería los límites de lo físico. 

Por otra parte, si vincularse es la idea, la pregunta es ¿con quién o qué nos vinculamos? Y la respuesta nos estaría indicando que no sólo nos vinculamos con personas sino también con contenidos (propios o ajenos). Por tal motivo, el humor cuadraría perfecto en momentos como este, ya que nos predispone a compartirlo, creando así una experiencia colectiva.  

Así, el meme tiene la impronta del contagio positivo, tendemos a viralizarlo para encontrar sintonía con otras personas, algo que también aumenta nuestra autoestima frente a la crisis existencial que nos interpela. Al fin y al cabo, en pocas palabras, enfrentar a la pandemia sería lo mismo que enfrentar a la muerte.  

El meme operaría, así, como mecanismo de conexión con amigos y seres queridos. Vivir el humor de manera conjunta colaboraría con mejorar la situación que vivimos. 

Leña al fuego… 

Sin embargo, no todo es risa y humor en los memes.  

Al parecer, las distintas bromas sobre el Coronavirus serían tan inevitables como la reacción violenta contra ellos. Es decir, siempre habrá personas a las que les resulte desagradable leer chistes sobre virus, muertes y temáticas relacionadas con algo que puede ser considerado como algo que atenta contra la sensibilidad. 

Inclusive, llevado a extremos, este tipo de humor mal entendido podría avivar tensiones raciales al difundir información errónea. Uno de los peores aspectos de las bromas, es que podrían llegar a relajar inhibiciones contra la comisión de actos de violencia. En ese contexto, se podrían mencionar las diferentes agresiones que han sufrido personas de origen asiático en España o las bromas virales de contenido racial en Argentina y otros países del cono sur… ¡hasta que la pandemia llegó a estas tierras! 

Nada impide que circulen rumores y desinformación sobre el virus, con una buena dosis de teorías de paranoia y conspiración. El hecho de que el virus parece haberse originado en China habría exacerbado la oportunidad de difundir información errónea y, cuando los estados psicológicos alcanzan su punto máximo y las personas están ansiosas, son más propensos a compartir datos inexactos: dadas las tensas relaciones entre China y Estados Unidos, existe todavía mayor ansiedad por creer, compartir y difamar.  

Y debido a que existe un mayor escepticismo en las redes sociales sobre las narrativas oficiales (escepticismo que, hasta hace muy poco, fue alentado por los mismos funcionarios del gobierno, como el presidente Trump), esto ha contribuido a una profunda sensación de ansiedad y miedo donde la desinformación podría prosperar.

El odio, no sólo racial sino de cualquier tipo, como mecanismo de defensa quizás tan antiguo como el humor, tendría un caldo de cultivo especialmente fértil en Internet. Por ese motivo, un meme podría ser pasible de varias interpretaciones y derivar, sin quererlo, en una ofensa.  

Por consiguiente, debería tenerse especial cuidado en la difusión de ciertos materiales con personas que no son de nuestro círculo íntimo, a riesgo de ser malinterpretados.  

Dentro de las mismas redes sociales proliferó el término “covidiot”, que surgió de un meme utilizado contra quienes no respetaban el aislamiento social impuesto o tenían comportamientos inexplicables (como acumular cantidades industriales de papel higiénico). 

Lejos estamos de querer defender a individuos que desoyeron consejos de autoridades sanitarias y gubernamentales. Pero este nuevo término, cabe destacar, ha tenido circulación, viralización e, incluso, fue añadido al Urban Dictionary como “jerga de la era del Coronavirus”.

En otras palabras, esa inclinación natural hacia la ironía que posee el humor en Internet, también ha creado discriminación, basada en información errónea, teorías conspirativas, datos sobre culturas incomprobablemente lejanas, formas de higienizarse proveniente de fuentes dudosas, dichos de políticos o famosos nunca chequeados.

En suma, contenidos virales comenzaron como ironías incomprendidas y luego tomaron vida propia.  

En ausencia de contexto, la línea entre una noticia y un meme sarcástico podría ser extremadamente fina. Y muchas veces, la diferencia sería intencionalmente inexistente. Eso sí, y nuevamente citando al doctor Weems, “la intención de quien cuenta uno de esos chistes no suele ser la de comportarse como alguien malvado”.

Creemos que, al fin y al cabo, el meme contrapondría una función mucho más eficaz e interesante a otras posibles reacciones a la incertidumbre, como la angustia paralizante o la búsqueda de un chivo expiatorio, como sucedió a principios de año con la población china. Es decir, un meme es una broma que no debería pasar a mayores, al menos no en los términos que se lo comprende hoy en día. Si fuera algo considerado ofensivo, sencillamente puede no compartirse con quien podría ofenderse. 

Inclusive, hilando fino, se podría equiparar al humor irreverente y deforme que ha existido históricamente en diversos círculos por fuera del “mainstream”. Una clase de humor ácida y contestaria, comprendida por un metalenguaje que en ocasiones sería demasiado complejo y, en otras, terriblemente simple y efectivo. 

En definitiva, el humor nos podría empoderar momentáneamente, facilitando una crítica constructiva de la realidad y nuestro tránsito por los contextos de crisis. Así, el meme nos estaría planteando, en un nivel quizás inconsciente, nuevas posibilidades de comunicación, de hacer arte, de intercambiar, pero también nuevas formas de hacer filosofía y política.  

A través del humor y de la ironía, sería la forma más directa de inculcar una idea o una forma de pensar, una queja o una exigencia. 

A fin de cuentas, un meme operaría como un mecanismo de fuga ante situaciones de peligro. Obviamente, con la risa no superamos el riesgo, pero lo desmentimos por un rato. Caso contrario, vivir permanentemente pensando en la inmediatez de la muerte se convertiría en un peligro aún mayor, que nos devoraría desde adentro.  

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Este artículo fue publicado originalmente en la Revista Bordes de la Universidad Nacional de José C. Paz, el 16 de junio de 2020.

Pueden acceder a la publicación original en: http://revistabordes.unpaz.edu.ar/covid-19-y-memes/