Reflejo Condicionado

La invasión llegó - Restaurar Sistema

FICCIÓN

Reflejo condicionado

 

Jeremías deseaba probar el Ultra-Queso.

Le habían contado que estaba producido a partir de compuestos extraídos de larvas de polillas genéticamente modificadas, con aromatizantes artificiales sabor queso, bicarbonato de sodio, levadura de cerveza y la síntesis de otros elementos químicos que en realidad no comprendía del todo, pero que tampoco intentaría comprender.

Él sólo anhelaba volver a sentir ese sabor.

A sus 72 años, era uno de los pocos afortunados que podía jactarse de haber probado un queso real, aunque de eso ya habían pasado décadas.

Existieron, desde luego, diferentes sustitutos, pero ninguno como el de antaño, cremoso, desafiante y delicioso.

Por eso, desde el primer anuncio del CONICET, la ansiedad de la población fue creciendo en forma inusitada: ¡en pocos meses habría queso nuevamente!

Los informes oficiales no especificaban cuándo. Sin embargo, las noticias teledirigidas inundaban los vetustos celulares con novedades: “Conocé el Ultra-Queso que preparan el gobierno y la Universidad de Christ Church”; “El presidente anuncia que el Ultra-Queso estará listo en septiembre”; “Recorré en forma virtual las instalaciones y admirá a la gran polilla inglesa”, anunciaban y la ilusión se hacía enorme. Aunque, en realidad, la mayoría eran titulares engañosos que sólo buscaban direccionar tráfico hacia medios de comunicación oportunistas.

Lo cierto es que, luego de más de dos años de experimentación, pruebas y contrapruebas, Jeremías sentía que el momento se acercaba.

Maribel, su esposa, había fallecido veintiocho meses antes, en su cama de la vivienda subterránea número 51, que comenzaron a ocupar poco después del casamiento y donde vivieron durante treinta años. Ella, siempre imploraba, sollozando, por la posibilidad de volver a comer queso e inclusive también algo de carne.

No sucedió.

El deseo de Maribel ahora pesaba sobre la espalda de Jeremías y ya con dos hijos adultos estudiando lejos de casa, el último desafío de su vida era probar el Ultra-Queso.

En sus más acaloradas fantasías imaginaba posibles formas y usos. Untado en tostadas junto a un hermoso desayuno, cortado en trozos como los que comía en casa de su abuelo cuando vivían bajo el cielo celeste o también entre dos panes con mucha mayonesa.

La boca de Jeremías comenzó a salivar en un reflejo de secreción gástrica, como si Pávlov estuviera golpeando su cerebro con un tenedor, trayendo al frente de sus memorias reminiscencias de sabores y aromas que ya no recordaba, pero que su mente forzaba por situar en el rol protagónico.

Y así sus días se sucedían idénticos uno tras otro, barriendo el polvo del cubículo y mirando por la ventanilla hacia el mundo exterior, escrutando el aburrido paisaje, a la espera de novedades.

En ocasiones, veía como llegaba el gran camión en que el traían alimentos y medicación. Jeremías ponía una lupa contra el vidrio para intentar divisar al Ultra-Queso entre los bultos, pero jamás podía deducirlo, quedando así a merced de los anuncios oficiales.

Otras veces sentía ruido de motores y se asomaba, pero de nuevo su expectativa se derrumbaba cuando descubría que se trataba del vehículo cisterna que conectaban a las bombas subterráneas para llenar de agua los tanques del barrio. Este proceso se repetía cuatro veces al mes, siempre en horarios distintos, metodología que lo disgustaba ya que nunca podía predecir su arribo.

Por las noches, miraba el breve videoinformativo a través del celular, casi insertando su rostro dentro del artefacto en el que veía y escuchaba, entre interferencias, las novedades nacionales, las cifras de muertos del día y, sobre todo, información sobre la llegada del Ultra-Queso.

Como el nombre de sus hijos nunca estaba entre los decesos, Jeremías intuía que cualquier día próximo ellos podrían regresar de la lejana tierra a la que habían ido a estudiar y para entonces debía tener el hogar preparado: unas cervezas en la heladera, que solía vaciar en el inodoro luego de unos meses y reemplazarlas por nuevas, el piso sin polvo y su rostro afeitado al ras, no sea cosa que lo vean hecho un anciano.

Hacía ya mucho tiempo que no recibía mensajes, pero las conexiones no eran tan buenas como antes.

O tal vez ellos tenían muchas ocupaciones.

El devenir del día daba paso a la noche. Jeremías dormía mal, soñaba con un futuro que jamás llegaría y despertaba en la madrugada para barrer el piso y mirar por la ventanilla, intentando distinguir siluetas y máquinas en la oscuridad. El menor ruido lo estimulaba. Junto a la puerta, se apilaban pequeños frascos con medicaciones vencidas. No le gustaban, no tenían el sabor que él estaba buscando. Tampoco le habría gustado a Maribel que él las consumiera.

Esperaba la salida del sol, para renovar la esperanza de ver a sus hijos y dejar escondida, una vez más, la idea de que también se habían ido con ella. Por supuesto, otro día traía también consigo implícita la posibilidad de, finalmente, poder degustar el Ultra-Queso.

Ya llegaría el momento.

 

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Nota del autor:

Este cuento participó de la convocatoria "Cuentos a la Calle 2", organizado por Una Brecha (desarrollo de producciones culturales) en marzo de 2021.

Pueden acceder a su sitio web en: https://www.unabrecha.com.ar/