Viaje al fin de la peste

La invasión llegó - Restaurar Sistema

CRÓNICA

Viaje al fin de la peste

 

La abuela Ñata tiene 99 años.

Un simple observador podría decir que, desde el 20 de marzo de 2020, día en el que el presidente Alberto Fernández decretó que comenzaría el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, sus jornadas no cambiaron demasiado: las salidas eran escasas y el sol del incipiente otoño comenzaría poco tiempo después a dar espacio al frío invernal, etapa del año en la que los jubilados, como Ñata, suelen permanecer más tiempo en casa y deben tomar mayores recaudos.

Sin embargo, ese observador operaría bajo el prejuicio de las canas y las arrugas, ya que, en el caso de ella, esta regla no se cumple.

Ñata es mi abuela, uno de los amores de mi vida, la persona que me recibe siempre con los brazos abiertos, en cualquier horario, con cualquier situación climática y en cualquier circunstancia histórica.

Ella suele ser una persona muy activa, que no sólo se asoma a la puerta para tomar sol, sino que también diagrama una agenda que incluye visitas al médico, salidas al banco, algún que otro almuerzo en el Trianón de Boedo y, por supuesto, la visita de sus hijas, nietos y bisnietos en casa, entre los eventos que conforman un sólido micromundo de felicidad plena y ejercicio mental, en el que ella bebe de la fuente de la juventud para continuar “hinchando las bolas hasta que no dé más”, como le gusta decirnos siempre.

 

Así como sucede con la abuela Ñata, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aloja a una gran cantidad de ancianos que deben hacerle frente al aislamiento preventivo y al miedo ante una pandemia global.

Según el matutino La Nación, para mayo de 2017 la Ciudad ya albergaba más abuelos que nietos: mientras el 9,8 % de los habitantes de la capital tenía menos de 10 años, los mayores de 60 alcanzaban el 24,4 %, según datos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) porteña de 2016.

En síntesis: para ese año, en la Ciudad de Buenos Aires se encontraban viviendo 756.508 personas mayores de 60 años. En progresión, unos dos abuelos y medio por cada nieto. (1)

Los cuadros de la EPH se actualizaron desde el segundo trimestre de 2016 hasta el segundo trimestre de 2020 manteniendo números similares. (2)

En la actualidad, es por todos conocida la terminología “grupo de riesgo” o “paciente de riesgo”, sobre todo después que la pandemia se desatase con inusitada furia. A este peligro de contagiosidad, contemplado en la avanzada edad y el estado físico, habría que añadirle otro: el riesgo de transmisión del virus en geriátricos. Nuestro país tiene actualmente a más de 130.000 personas alojadas en este tipo de centros y la Ciudad de Buenos Aires supera las 15.000. (3)

 

¿Pero cómo es la situación de aquellos abuelos que, como Ñata, poseen herramientas para hacerle frente al aislamiento dentro de sus hogares?

Hoy, la recomendación para ellos es aislarse socialmente, pero desconocemos las implicancias psicológicas que esta automarginación pudiera tener.

No sólo hablamos del miedo frente a un enemigo invisible y la ronda atenta y cercana de la muerte, sino que también añadimos a este escenario al estrés, la ansiedad y la irritabilidad o la falta de contacto, entre otros aspectos.

En este contexto, el desafío es doble: ¿cómo fomentar el aislamiento social sin transformarlo en soledad?

 

Conexión temporal

La pandemia, como cualquier otra situación límite, nos obliga a pensar no sólo en el virus, sino que también nos empuja a interpretar el contexto a su alrededor.

De un momento a otro, el COVID-19 llegó para trastocar el mundo de todos, en ciertos casos con mayor profundidad. Comenzamos la mal llamada cuarentena, algunos con un poco de temor y otros con una cuota de escepticismo.

Al mismo tiempo, los medios de comunicación de todo el planeta transmitían los contagios minuto a minuto, los casos en estudio, las muertes, la crisis de los sistemas sanitarios y construían, junto a las redes sociales, la épica de una comunidad solidaria, sobre la que cabría al menos hacernos algunas preguntas.

Observando con atención al viejo continente, donde solamente en Italia y España durante abril lamentaban entre 700 y 800 muertos al día y nos recomendaban que nos quedáramos en casa, comenzamos rutinas que consistían en aplaudir a los médicos a las 21 o escuchar música desde el balcón. Dimos vida al Zoom, descubrimos el tapabocas y estudiamos diversos protocolos para limpiar con agua y lavandina cualquier paquete que llegara de la calle.

Al mismo tiempo, nacieron interminables jornadas de teletrabajo sin legislación (o de escuela a distancia, según el caso), otros aprendieron a hacer ejercicios físicos a través de YouTube, cocinaron todo lo que podía cocinarse e incluso festejaron cumpleaños virtuales.

Entre enojo, frustración, cansancio y esperanza volvimos a sentirnos parte de un ente único y aparentemente indisoluble: la humanidad.

Al inicio del aislamiento, parecía que vendría un tiempo de incubación de un proceso natural, similar al tiempo de la crisálida, desde donde la humanidad podría emerger diferente. Sin embargo, conforme avanzaban los días en reclusión y las jornadas se hacían más y más largas, esa supuesta unidad se desdibujó y el "de todo esto va a salir algo mejor" se tornó una lejana utopía.

Para la abuela Ñata, dueña de un excepcional sentido de humor, se hicieron más largas y reiteradas las llamadas telefónicas en las que, como fantasmas de otras eras, se apilaron parientes, sucesos y momentos en una concatenación incansable.

El primer hecho que comenzó a repetirse con frecuencia en las charlas fue la muerte de su madre.

 

En el año 1934, la abuela Ñata todavía no era abuela, pero ya era Ñata.

Tenía tan sólo 13 años y la difteria hacía estragos en Latinoamérica.

Todavía no existía una vacuna para esta enfermedad.

Ella vivía en Orense, partido de Tres Arroyos, con toda su familia: padre peón rural venido a menos, madre ama de casa y cinco hermanos.

Un pequeño niño, vecino de la familia, había muerto de aquella terrible enfermedad infecciosa provocada por un bacilo y la madre de Ñata no dudó en ir a ayudar a los deudos. La vecina le advirtió el peligro de contagio latente, pero ella hizo caso omiso, se acercó a la casa y colaboró con unas ropitas, ayudando a vestir al pequeño cadáver para el funeral.

Tan sólo 24 horas después, caía también bajo los estragos de la enfermedad, transmitida a través del contacto con el difunto.

 

El recuerdo de la muerte de su madre, la presencia de un virus letal y sin cura aparente (antes la difteria, hoy el COVID-19), la tristeza y la sensación de “quedarse sola”, son ejemplos fehacientes de la situación de Ñata frente al aislamiento, a pesar de hacerse fuerte en su cubil y sonreír ante la adversidad.

Conectar el principio de su vida con el fin tan cercano: la abuela Ñata, en el teléfono, cuenta en numerosas ocasiones esta experiencia a los nietos y el grupo de WhatsApp con mis hermanos retumba en zumbidos y comentarios con respecto al tema.

 

De más está decir que uno de los desafíos más importantes frente a la pandemia es preservar la salud mental de la población, reto que es inclusive más complejo en las personas mayores, al ser población de riesgo.

Sin embargo, es importante comprender que la aparente fragilidad física de la edad no implica que los ancianos desconozcan su vulnerabilidad frente al COVID-19.

Lo complejo, en este caso, sería que comprendan que el aislamiento particularmente prolongado todavía no tiene fecha de vencimiento, agregando una cuota mayor de incertidumbre en relación con su futuro.

Por lo tanto, es primordial que los ancianos tengan conocimiento de la mayor cantidad de herramientas para cuidar su propia salud mental.

Julián Bustín, jefe de la Clínica de Memoria y Gerontopsiquiatría del Instituto de Neurología Cognitiva (INECO), sostiene que hay que comprender que "el aislamiento es un distanciamiento físico que de ninguna manera debe confundirse con un distanciamiento de los afectos o de las actividades o proyectos personales". Añade también que tanto salud mental como salud física son conceptos que se encuentran entrelazados y no debemos olvidar la importancia de su relación. (4)

Es importante hacer como la abuela y sus nietos: mantener contacto, conversar, compartir abrazos virtuales. La mente requiere ejercicios que la mantengan activa, sobre todo si se refiere a individuos que no tienen otras ocupaciones, sean laborales o estudiantiles. El teléfono, la computadora, el WhatsApp y las redes sociales, pueden pasar de ser enemigos siniestros a aliados poderosos dependiendo del contexto y del interlocutor.

En definitiva, hay que esforzarse por luchar activamente contra el "viejismo", nombre con el que Bustín refiere al conjunto de prejuicios, estereotipos y discriminaciones que se aplican a las personas mayores simplemente en función de su edad. Enseñarles a mantenerse activos y en camino, ya que no todos los ancianos viven en forma tan enérgica como la abuela Ñata y una de las claves para preservar la salud mental de los adultos mayores es mantener la identidad personal y su rol en la familia y la sociedad. (5)

 

Haz lo correcto

A pesar de este novedoso y desolador panorama, la abuela tiene un humor envidiable.

Ríe al teléfono, se jacta de haber visto todos los mundiales, compitiendo con su contemporáneo, el periodista deportivo Enrique Macaya Márquez.

Durante el aislamiento echa de menos a los deportes por televisión, sobre todo el fútbol. Insiste en que los partidos repetidos “ya se los conoce todos”.

Aunque el grueso de la familia sabe fehacientemente que su vista ya no es lo que era, ella lo suele disimular poniéndose cerca de la televisión y prestando el oído atento. Por las noches, repite que prefiere la radio porque “la vista se le cansa”.

Cuando tengamos la suerte de volver a visitarla, le mostraremos en las pantallas de nuestros celulares las fotos de los bisnietos que no pudo ver durante la cuarentena y ella asentirá contenta comentando “lo lindos que están”, como siempre hace, aunque todos sabremos que en realidad verá solamente algunas manchas borrosas, a pesar de los anteojos de grueso marco.

Ñata está próxima a cumplir 100 años, en marzo de 2021, y sigue esperando que “se descubran cosas nuevas”, como ella suele decir, para poder ver mejor o salir a realizar paseos de mayor distancia y calidad. Su fe en la ciencia, jamás quebrantada, se ha mantenido siempre intacta a pesar de los avatares de su salud.

Quizás, justamente, otro de los datos importantes a revisar a partir de esta pandemia es que se ha recuperado el valor de una ciencia demasiado golpeada en los últimos años por el avance de ciertas teorías colapsistas, llevadas al extremo por nuevos líderes negacionistas y por cuestionables negociados, discusiones sobre la función social de las vacunas y eternos debates acerca del rol del estado sobre organismos dedicados al estudio y la promoción de estas actividades, tales como el INTI o el CONICET en Argentina.

En este contexto, se estaría viendo claramente, ejemplificado en una lamentable cantidad de muertos e internados a nivel global, cuáles son los Estados o quiénes fueron los políticos que no tomaron las decisiones que los especialistas indicaban.

 

Sin embargo, la abuela Ñata nunca dudó. Compró alcohol en gel, una vecina le armó un tapabocas casero y de esta manera sigue disfrutando su vida en la mejor forma posible.

Continúa comiendo bastante, quizás más que en los últimos años, intenta cuidarse con la sal, detesta no poder leer diarios y revistas como lo hacía antes y extraña mucho caminar sin miedo. Una caída la dejó postrada durante gran parte de 2019 y desde entonces se moviliza aferrada a un andador.

Su rostro, uno de sus brazos y la cadera ya operada hacía 12 años no volvieron a ser los mismos después del golpe.

Camina lentamente hacia el pasillo que separa su vivienda de la calle, asiendo con fuerza las manijas frías de metal. Va y viene un par de veces al día, con los brazos temblorosos, y se cansa fácilmente.

En su discurso, ella le teme más a otra caída que al virus que azota al mundo.

Una de sus hijas le es de gran ayuda en este contexto. Los demás, lamentablemente, estamos lejos de su hogar en tiempos donde es necesario un permiso para circular.

Por suerte, esa hija mayor está cerca para asistirla en todo lo que necesite y su presencia es un alivio para el resto de la familia.

 

La abuela es lo que suele llamarse en jerga médica un paciente anticoagulado. Recibe medicación para que su sangre no coagule con facilidad y así prevenir embolias o trombosis.

El laboratorio que realiza sus análisis, en esta etapa del aislamiento, se reconvirtió a la modalidad domiciliaria y por eso, una vez cada mes y medio, la familia debe conectarse por WhatsApp y correo electrónico con la entidad, fotografiar papeles y realizar trámites a distancia. Luego, el extraccionista visita a la abuela, los resultados van al mail de otra de sus hijas y de allí vuelven vía teléfono de línea a la impaciente interlocutora.

Para Ñata esto no es un problema, siempre y cuando se mantengan los recaudos sanitarios necesarios para que el virus no ingrese a su santuario, en el que se siente protegida y privilegiada.

Sabe que no todos están en su situación. Conoce la realidad y sufre con la crisis. Sostiene que "veníamos mal y ahora con esto estaremos peor".

Como suele decir, “ella ya las vivió todas”.

Pero también es muy optimista.

A la abuela le sigue gustando ir a la puerta a tomar sol, a pesar del frío.

“Te pusiste el barbijo, ¿no?” la reto cada vez más fuerte en el teléfono y ella responde que sí, que siempre lo usa, que no me preocupe, que a ella no le va a suceder nada malo: “ya pasé dos guerras mundiales, Malvinas, los milicos, el 2001, siempre sobreviví…”

La quiero y la cuido, la voy a seguir retando, aunque diga que no le va a pasar nada. Así de cálida es la relación que nos une, en sus dimes y diretes.

Ñata sabe que está haciendo lo correcto, “quedarse en casa es lo que hay que hacer”, repite una y otra vez. Coincidimos no sólo por ella y todos los abuelos, sino por el conjunto de la sociedad.

Porque, sin lugar a dudas, el respeto a la norma comunitaria acarrea beneficios sociales si se comprende que aceptar individualmente normas colectivas beneficiará al conjunto. En ese sentido, deberíamos tomarnos un momento para repensar cómo debe plantearse el vínculo entre uno mismo y la sociedad, analizando cómo individuos particulares que persiguen su propio beneficio llevan adelante acciones que perjudican al conjunto.

De esta manera, la crisis del COVID-19 podría generar una catarsis colectiva propiciadora de cambios significativos en el orden social, donde resulten más complementarios el interés personal y los intereses colectivos.

Se nos pide quedarnos en casa y no caer presas del pánico, en lo que ha implicado hasta ahora un ejercicio simultáneo de responsabilidad individual y social que, al parecer, pronto colapsará.

El camino hacia la utopía sigue siendo largo y sinuoso.

Al momento de redactar estas líneas, según datos del Ministerio de Salud de la República Argentina, el total de casos confirmados de COVID-19 en el territorio nacional es de 380.292 (49,1 % mujeres y 50,9 % hombres).

De ellos, 1.187 (0,3 %) son importados, 90.269 (23,7 %) son contactos estrechos de casos confirmados, 232.379 (61,1%) son casos de circulación comunitaria y el resto se encuentra en investigación epidemiológica.

Asimismo, a la fecha el total de muertes es de 8.129 personas y el de altas, 280.165. (6)

 

Fabricio Ballarini, Licenciado en Ciencias Biológicas y Doctor de la Facultad de Medicina de la UBA, sostiene que, en este momento más que nunca, “la información es salud”. (7)

Según Ballarini, no existe una salida a corto plazo para el COVID-19 más que el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, en simultáneo con las políticas sanitarias y educativas que se intentaron elaborar desde marzo.

Sin embargo, el tiempo ganado con la cuarentena no pareciera ser suficiente para un sistema de salud, y uno educativo, que han sufrido fuertes embates y recortes durante décadas.

Lo esencial es “ayudar muchísimo a quienes podamos, sostener emocionalmente a nuestro grupo familiar, a nuestros amigos y a nosotros mismos”, enfatiza Ballarini, añadiendo que el obstáculo más difícil de superar en pandemia es el de modificar hábitos de vida enraizados. (8)

En ese sentido, se trataría de un desafío mental y educativo al que nos enfrentamos por vez primera y, por ese motivo, insiste en que la buena información también es parte del círculo de consumos y hábitos que colaboran con la idea de mantenerse saludables dentro de este contexto particular.

El ejercicio es complejo: sostener a nuestros abuelos, a los niños y a las personas más frágiles, demostrarles la importancia del aislamiento a pesar del distanciamiento que conlleva y, a la vez, evitar la sobreinformación de "contenido basura", enseñándoles a distinguir información real de fake news o, simplemente, de la búsqueda de clicks o rating, dinámica que no nació con Internet sino muchos años atrás, en otro contexto, pero persiguiendo los mismos resultados. (9)

De esta manera, nuestros abuelos, con menos actividades por realizar y más tiempo libre, podrían llegar a ser grandes consumidores de este tipo de noticias y, con los trances de la edad para adaptarse a las nuevas tecnologías de comunicación, se les haría más dificultoso reconocer una información verdadera de una falsa.

Sobre este tema, el sociólogo alemán Ulrich Beck hablaba de "sociedad del riesgo" en relación con lo ambivalente de nuestras sociedades tecnocientíficas, que conforman un mundo en el que la innovación tecnológica es un beneficio, pero al mismo tiempo es también propulsor de amenazas de desinformación, rumores y paranoia.

Lo paradójico dentro de la teoría de Beck es que, así como crean el problema, estas tecnologías son, al mismo tiempo, herramientas para su solución, pues las redes digitales son también el principal medio para que las autoridades informen a la población sobre números, avances, retrocesos y tratamientos, generando caos en algunos y tranquilidad en otros. (10)

Esto configuraría, sin lugar a dudas, una más de las tantas paradojas de la modernidad.

Por otro lado, tampoco es necesario cruzar el océano para analizar eventos sociales definitivamente cuestionables, ya que en nuestra tierra asistiríamos diariamente a esa triste lucha por establecer (sin)sentidos, cuya muestra más reciente sea probablemente el “affaire Viviana Canosa”. (11)

 

De patologías y otros demonios

La abuela Ñata es una señora muy coqueta. Dice que se siente “una vieja bruja" porque tiene el pelo largo como hacía años no lo tenía. Sin embargo, ella teme ir a la peluquería, a pesar de que el gobierno porteño habilitó el trabajo en este tipo de locales.

Sin nombrarlo directamente, otra vez el fantasma del virus al que ella afirma no tenerle miedo sobrevuela la conversación.

Es que cuando Justa, la madre de Ñata, falleció contagiada de difteria, el médico que firmó el óbito aisló a todos en el domicilio y no permitió que nadie se acercara. Inclusive, le practicó una traqueotomía al cadáver para confirmar la causa del deceso.

Demostrada la enfermedad, y en un contexto de alto peligro de contagiosidad, al velorio de Justa no pudo ingresar ninguna persona, excepto su viudo y el primogénito.

Todavía hoy, a más de 85 años de distancia de aquella tarde gris en Tres Arroyos, a Ñata le duele no haber despedido a su madre

"La sacaron de ahí, la llevaron al cementerio, nadie pudo ver nada", cuenta al teléfono e insiste en que “habría que hacer algo" para que la gente pueda despedir a su familia en estas circunstancias que estamos viviendo, siempre respetando los protocolos sanitarios.

“Es muy triste no poder estar en los velorios”, sostiene con voz temblorosa.

 

No es extraño que en situaciones como las actuales, los individuos traigamos del recuerdo traumas, enfermedades pasadas, patologías preexistentes o, inclusive, memorias familiares como las de Ñata.

La angustia ante un virus nuevo, desconocido y sin cura, es escenario ideal no sólo para el ejercicio de la nostalgia, sino también para el surgimiento de la hipocondría y, en casos más extremos, de una suerte de paranoia.

Obviamente, es un aspecto sano el preocuparse por la propia salud y, en estos días de crisis sanitaria, es fundamental estimular conductas responsables del autocuidado y del cuidado de los demás.

Sin embargo, según afirma Santiago Levín, presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA), es verosímil pensar que una persona que padezca estos trastornos pueda experimentar un empeoramiento de su cuadro. (12)

Sumado a esto, el actual contexto comunicacional, que es generador de ansiedad para cualquier individuo sin distinción de afecciones particulares, operaría salvajemente sobre este tipo de patologías con constantes infografías, ejemplificación de síntomas, repetición de cuidados y de números, sumados a las tristemente célebres fake news. Todo este combo, configuraría un verdadero cocktail de elementos que podría estimular un fuerte incremento de la ansiedad, entre otros aspectos.

Evidentemente, el advenimiento de lo traumático como consecuencia de la suspensión y alteración de la realidad socialmente instituida tal y cómo la conocíamos, con su consecuente creación de una nueva realidad precaria, momentánea y rodeada de incertidumbre, modifica el paradigma de todos, no sólo de abuelos o hipocondríacos, sino también de una sociedad acostumbrada a un movimiento rutinario de trabajo, consumo y ocio.

Sumado a esto, durante el aislamiento tuvimos que comenzar, a la fuerza, a considerar "normales" actitudes y síntomas que podrían ser considerados como patológicos fuera de este contexto.

¿O acaso es natural sanitizar un paquete que llegó de la calle (con lavandina, agua y alcohol en gel) dos veces, antes y después de dejarlo 15 minutos en el piso a dos metros de distancia? ¿O rociar con desinfectante las llaves y picaportes varias veces al día era una práctica habitual hasta hace un tiempo? ¿Es lo correcto seguir haciéndolo una vez que superemos la crisis? ¿Siempre tendríamos que haberlo hecho?

 

Por otro lado, luego de las semanas iniciales de adaptarnos mentalmente a esta realidad de tapabocas, comenzamos a experimentar una fuerte nostalgia por nuestra vida tal y cómo la conocíamos.

El trabajo en casa dejó de ser una comodidad en pantuflas, la familia por Zoom ya no era lo mismo y nos aquejaron ciertos síntomas que creíamos que a nosotros no nos iban a aquejar, como el descontrol de horarios, el hartazgo del mundo online y el desorden alimenticio o los trastornos del sueño.

En este tiempo sin tiempos, tenemos que aceptar que está permitido extrañar, llorar y también admitir que esta es una realidad que no podemos evitar, aunque pongamos toda nuestra energía en ello. Así como también son inevitables el avance del virus mientras se busca una cura y el aislamiento preventivo como único freno hasta descubrir una fórmula mejor.

 

Ñata continúa viajando en el tiempo.

Cuando habla de sus hermanos dice "somos siete" y no seis, porque insiste en que la primera bebé de la familia, que falleció al nacer, era también una hermana que hay que contabilizar.

Nunca entendió por qué "la libreta de sus padres” llevaba las letras NN en el espacio destinado al nombre y el apellido de la pequeña: "si salió al mundo y la enterraron, tenía que tener un nombre", se enfada.

No entiende bien quién es el que "pone las reglas" pero sostiene que algunas de ellas podrían flexibilizarse luego de tantos años, ya que ayudarían mejor a pasar ciertos trances complejos como el actual o tantos otros, pasados y por venir.

 

Hágase la luz

La realidad nos indica que, muy a pesar de los pronósticos agoreros, en un 99 % de los casos de COVID-19, los pacientes superan la infección y el virus desaparece del cuerpo. Asimismo, la mayoría de estos pacientes deja de transmitir el virus a otras personas a los 10 días de haber contraído la enfermedad. (13)

Sin embargo, estos datos no harían más que confirmar algunos aspectos claramente visibles, aunque no todos quieran verlos: una desmesurada desigualdad (ya que el número de muertes es realmente alto, afectando directamente a pacientes con problemas de salud preexistentes o de entornos más humildes), la falta de fondos e insumos dentro del sector de la salud (además del acceso a la medicación), la ausencia de políticas y prácticas de cuidados sobre las personas de la tercera edad y los problemas en la cadena de suministros de alimentos, entre otros que también podríamos mencionar como los altos niveles de violencia doméstica, la discriminación o el hacinamiento.

 

Otra vez al teléfono, la abuela comenta que cuando todo esto termine nos vamos a juntar a comer un asado de tres días de duración y a tomar whisky.

Ambos reímos.

Ella sabe que soy vegetariano, pero siempre inventará un plato para mí.

Insiste con que no quiere morirse ahora, no lejos de la familia, no sin un velorio rodeada de sus seres queridos.

Ella espera el día siguiente, dar vuelta la página hasta el momento en que pueda caminar hacia la esquina para mirar la avenida Boedo con su tránsito cotidiano, los comercios y los bancos, sin un tapabocas cubriendo su rostro.

Desea fervientemente estar parada en la puerta de su casa para ver llegar el auto de algún nieto o, en todo caso, relojear desde allí la parada de colectivo donde yo me suelo bajar cuando voy a su casa.

Sabe que esto es pasajero. Ella vio todos los mundiales, conoció las dos grandes guerras, vio a su querido Racing campeón intercontinental, para luego descender y mucho tiempo después volver al tránsito triunfal de un equipo grande.

Tiene un largo recorrido y aprendió la virtud de la paciencia.

Por eso, no desespera. Teje, escucha radio, tararea alguna canción y habla por teléfono. Dice ser optimista porque "siempre va a venir algo mejor".

El nuevo pasatiempo que encontró es escribir números en una libreta. Del 1 al 50 un día. Del 50 al 100 otro día. Luego al revés, del 100 al 1. Y así. Dice que le ayuda a mantener el cerebro activo y a que no le tiemblen las manos. Los números bien grandes, así los puede ver.

Me emociona, celebro su entusiasmo al teléfono, mientras desanudo mi garganta.

 

El jueves pasado hablé con ella por más de una hora.

Se despidió diciéndome que “está muy bien trabajar y llevar el pan a casa. Claro que sí”. Pero también que "hay que vivir la vida, porque se va rápido. Las cosas lindas hay que vivirlas al máximo todos los días, porque las otras, las que no son lindas, esas vienen sin que las llamen".

Aunque no sepamos nada sobre el futuro, podemos afirmar, con arreglo a razón y a experiencia, que cada presente es la consecuencia de decisiones tomadas en el pasado.

Sin lugar a dudas, personas como la abuela Ñata son una inmensa dosis de esperanza en la humanidad y también un atajo hacia la utopía.

La solución al COVID-19 llegará en algún momento próximo y se producirá en masa.

Pero personas como ella escasean.

 

En este mundo veloz en el que vivimos, la pandemia nos recuerda que las decisiones generalmente dependen de gobiernos locales pero que los problemas globales exigen respuestas globales por parte de todos.

Tenemos que recordar, hoy más que nunca, que formamos parte de una especie, la humana, que intentó ser individualizada durante décadas.

Somos un planeta entero que actualmente intenta sostenerse encarnado por sujetos que no se conocen entre sí, pero que tampoco se rinden.

Gente optimista, con coraje.

Gente que resiste y que se adapta.

Individuos que ponen voluntad para aprender cosas nuevas, aunque les sea dificultoso hacerlo o no tengan ganas.

Conociendo las particularidades y diferencias que posee cada ser humano, para mi es fuente de un inmenso orgullo saber que mi abuela Ñata, de casi 100 años, forma parte de este grupo.

 


(1) Himitian, E. (18 de mayo de 2017). En Buenos Aires ya hay más abuelos que nietos. La Nación. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/buenos-aires/en-buenos-aires-ya-hay-mas-abuelos-que-nietos-nid2024845

(2) Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Encuesta Anual de Hogares. Recuperado de https://www.estadisticaciudad.gob.ar/eyc/?page_id=702

(3) Regazzoni, C. (22 de abril de 2020). Coronavirus en Argentina: mayores en riesgo. Infobae. Recuperado de https://www.infobae.com/opinion/2020/04/22/coronavirus-en-argentina-mayores-en-riesgo

(4) Bustín, J. (29 de julio de 2020). ¿Cómo preservar la salud mental de los adultos mayores durante la cuarentena? MendoVoz. Recuperado de https://www.mendovoz.com/relax/2020/7/29/como-preservar-la-salud-mental-de-los-adultos-mayores-durante-la-cuarentena-87948.html

(5) Idem.

(6) Ministerio de Salud, Argentina (28 de agosto de 2020). Reporte Diario Matutino Nro. 333. Recuperado de https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/28-08-20-reporte-matutino-covid-19.pdf

(7) Primera Edición. (12 de abril de 2020). "Más que nunca la información es salud". Recuperado de https://www.primeraedicion.com.ar/nota/100259565/mas-que-nunca-la-informacion-es-salud/

(8) Idem.

(9) Wiebe, Gerhart D. (1978): Dos factores psicológicos en la conducta del público de los medios masivos de comunicación. En La comunicación de masas, Muraro H. (comp.), Buenos Aires, Argentina, Centro Editor de América Latina.

(10) Beck, Ulrich (1998): La sociedad del riesgo: hacia una nueva modernidad. Barcelona, España, Paidós Básica.

(11) La Nación. (21 de agosto de 2020). Coronavirus en la Argentina: tras la denuncia a Viviana Canosa por mostrarse bebiendo dióxido de cloro, el fiscal ordenó medidas investigativas. Recuperado de https://www.lanacion.com.ar/espectaculos/viviana-canosa-imputada-nid2427143

(12) Ranzani, O. (30 de marzo de 2020). El impacto del coronavirus en la salud mental. Página/12. Recuperado de https://www.pagina12.com.ar/256204-el-impacto-del-coronavirus-en-la-salud-mental

(13) Petri, William. (25 de agosto de 2020). COVID-19: Nueve razones para creer que habrá vacuna para todos en 2021. The Conversation. Recuperado de https://theconversation.com/covid-19-nueve-razones-para-creer-que-habra-vacuna-para-todos-en-2021-144958

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Nota del autor:

Esta crónica fue escrita entre junio y agosto de 2020, en meses muy duros de aislamiento.

Originalmente, participó del concurso "La vida en tiempos de la Peste" de la revista argentina Caras y Caretas, sin obtener ninguna mención en particular.

Sin embargo, al acercarse el cumpleaños número 100 de la abuela Ñata, tomé la decisión de compartirlo en este espacio a modo de regalo, especialmente para ella, pero también para todos los que la queremos.