GRIS ATARDECER
Foto de portada: Sabry Espeche para Shinobi News (2018)
Ayer, a pesar de un inusual cálido y soleado atardecer para esta época del año, un mensaje de WhatsApp cambió el rumbo de la jornada y de mis días. Fue la tarde en que mi juventud, definitivamente, terminó. Se cerró la pequeña ventana desde donde ingresaba el último rayo de luz de adolescencia.
Murió Palo Pandolfo.
Gris Atardecer se llamó mi primera banda. Con una guitarra prestada, un amplificador todo roto, también prestado, y un baterista que jamás había tocado. Aclaro, yo tampoco lo había hecho. Éramos guitarra y batería, nada más. Desafinación, acople y juventud. Duramos menos de un mes. Ensayamos menos de cuatro veces.
Gris Atardecer también es el nombre del track 2 de Espiritango, el segundo disco de Los Visitantes, que hice girar y girar en un TDK durante días, semanas, meses, años, hasta que me compré el CD. Es un disco de 1994, que fue elegido "Mejor disco del Año" en la encuesta que el Sí de Clarín realizaba entre los músicos más importantes y que todos leíamos en diciembre. Además, ese disco fue ubicado por muchos a la altura de Pescado 2, uno de los mejores álbumes de la historia del rock nacional.
"Yo no soy rock. Yo soy raíces con actitud proletaria", decía Palo en una entrevista de 2005. Y esa raíz lírica desenfadada, esa poesía tanguera, arrabalera, tan rioplatense y bucólica, pero, al mismo tiempo, tan punk era lo que me atrapó temprano. En autos de amigos, escuchando con una botella de cerveza en las manos. Cantando El Ente a los oídos de alguna "papusa" en un intento bohemio de tener éxito con las chicas de mi edad o intentando bailar Mamita Dulce en algún momento de mi adolescencia en el boliche quilmeño de moda.
Palo, un tipo copado.
Un día, Los Visitantes fueron a una FM de Wilde, mi barrio. Yo tendría 11 ó 12 años, llamé por teléfono a la radio para decirle que era "el Ian Curtis argentino pero que no se muera". Se río. Me dijo que no se iba a morir. Me hizo caso unos 30 años desde ese día. Pero ayer se murió. Se habrá cansado. Se habrá olvidado de su promesa. Andá a saber.
"Me pintaba y salía a la calle con delineador y maquillaje blanco, lápiz de labios re The Cure, re loco. Y me puteaban por todo Flores ‘Putoooo, ¿dónde está el corso?’, me gritó un policía desde un patrullero", decía Palo en un fragmento que aparece en el libro Gente que No.
Por ahí entré. Pero me quedé. No fue sólo el dark o el punk, sino el todo. Compré el combo. También Latinoamérica, La Pampa y el proletariado.
Otra, un poco más grande ya. Una noche me lo crucé afuera del Hard Rock Café, yo tendría 17 años. Él iba con Karina, su mujer en ese entonces, parte importante de Los Visitantes. Yo iba con dos amigos. Lo saludamos. Nos respondió amable, genuino. Hasta un poco se sorprendió con nuestro cariño. En el show, un tipo en cueros le daba vino y Palo reía. "Es el demonio", decía.
Hay muchas de esas. Como cuando lo ví en la UTN, en una colecta de alimentos a beneficio de alguna entidad que no recuerdo. Todos le pedíamos a gritos que toque Villa Dominico. Y él se bajó del escenario a charlarnos.
Yo quería tocar como Alejandro Varela, guitarrista de Don Cornelio y Los Visitantes, pero la figura indiscutible y carismática era Palo. Obviamente, nunca logré tocar como Varela, pero esa es otra historia.
Palo solía venir a mi facultad cuando yo estudiaba, más cerca en el tiempo. Alguna vez tocó en un aula, con guitarra criolla, empanadas y vino. Ya recibido, lo entrevisté y cubrí alguno de sus shows. Lo seguía, ya no como en mi adolescencia, sino más de costado. Pero todavía lo seguía.
Es que, como dijo Roque Casciero en Silencio, "era difícil seguirle el tranco a Palo" (que triste hablar en pasado). Desconcertaba. Cuando uno creía ver un británico anarcopunk salía con una cumbia. Cuando pensaba en el delineador, él se dejaba barba y rulos. Cuando aprendías los pasos de bailes rioplatenses, te los cambiaba por un tango.
Diez días antes de morir nos dejó una canción más: Tu Amor, con Santiago Motorizado. Parece una declaración de lo que vendría: "la canción es una transmigración, un cambio de estado del alma. Representa la muerte de algo y su renacimiento, un viaje hacia otro estadío", tiró en una entrevista.
Palo quiso ser trovador y under. Recorrer caminos con la guitarra y la poesía. Todos lo conocían, todos lo querían. Podía ir y firmar con una discográfica, pero, al parecer al poco tiempo se arrepentía y tiraba todo, para volver al camino. A tocar en pueblos, ir a radios que nadie va, ser el under del under pero con todo el herramental y los amigos del mainstream.
Que tipo loco.
La última vez que lo vi en vivo hice una reseña del show para Shinobi News. No sólo la compartió en sus redes, sino que me escribió agradeciéndome.
Las mejores palabras se las lleva el poeta a la tumba. Pero en esta descripción de Diego Mancusi para Rolling Stone cabe también mi sentir. La transcribo acá:
“Difícil no pensar la partida de Palo Pandolfo, tutor de ese garabato de bohemia que uno puede tener a los 16 para -por lo menos- dos generaciones, desde la perspectiva de extrañarnos jóvenes”.
En fin. Adiós adolescencia.
Adiós Palo.
Gran pájaro vuela sobre la ciudad.
Espero que no te duela la libertad.
Gracias por todo.